En ocasiones,
casi siempre ocurre que no paras de gritar pidiendo ayuda, y no es un grito que
todos puedan escuchar, es un grito interno, en la soledad de tu alma, un
desesperado lamento, como si en un océano nadaras hacia arriba buscando la
superficie y nunca llegaras, pero anhelando el aire insistes hasta que decides o
continuar o rendirte, emerger o quizá dejarte arrastrar por ese infinito océano de
soledad y asfixia que representa tus adversidades, pero ya otros lo hicieron y
lo lograron; de la tristeza en nuestra alma podemos culpar a otros, e inventar
excusas, para justificar el hecho de que siempre conociste el bálsamo de la
felicidad, pero por ser tan fácil nunca acudes a él, es posible cambiar nuestro
estado de guerra interno a un estado de paz evidente, “Pues he aquí, tan fácil
es prestar atención a la palabra de Cristo, que te indicará un curso directo a
la felicidad eterna”, (Alma 37: 44),
¿No
se ve en esto un símbolo? Porque tan cierto como este director trajo a nuestros
padres a la tierra prometida por haber seguido sus indicaciones, así las
palabras de Cristo, si seguimos su curso, nos llevan más allá de este valle de
dolor a una tierra de promisión mucho mejor.
Oh
hijo mío, no seamos perezosos por la facilidad que presenta la senda; porque
así sucedió con nuestros padres; pues así les fue dispuesto, para que viviesen
si miraban; así también es con nosotros. La vía está preparada, y si queremos
mirar, podremos vivir para siempre.
Y
ahora bien, hijo mío, asegúrate de cuidar estas cosas sagradas; sí, asegúrate
de acudir a Dios para que vivas. Ve entre este pueblo y declara la palabra y sé
juicioso. Adiós, hijo mío. (Alma 37: 45-47)
"Hay una ley, irrevocablemente decretada
en el cielo antes de la fundación de este mundo, sobre la cual todas las
bendiciones se basan; y cuando recibimos una bendición de Dios, es porque se
obedece aquella ley sobre la cual se basa." (D y C 130:20-21)
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