Por. Melvin Lans
Lo que más me preocupa de hablar es no decir
la verdad, y no me refiero solo al hecho de
mentir conscientemente sino a decir lo que pienso y no tener la razón,
porque la razón es la verdad, y como me he llegado a convertir en mucho de lo
que reflexiono, siento que cada vez que hablo influyo en alguien, y por la
clase de influencia que ejerza en las personas que me escuchan seré juzgado,
porque un hombre puede elevar a un pueblo a la luz con sus palabras o sumirlo
en la oscuridad, pero hay muchos factores que pueden alterar la verdad, y uno
de los más interesantes es la razón por la que se dice, porque esa razón
establece un vínculo entre el hombre y la divinidad, o quizás simplemente un
gran abismo entre los dos, Dios le da poder al hombre que tiene la intención de
edificar a sus hijos, pero al que usa su posición para defender su orgullo más
que al alma que se le mando salvar, es abandonado a su propio poder limitado e
intrascendente, porque el poder del hombre es conocido, y limitado, pero el de
Dios es espectacularmente ilimitado, la verdad es como una gema transparente y
perfecta que si no se usa para hacer el bien pierde su transparencia y se
vuelve opaca, inservible, ayer uno de mis amados concejeros dio un discurso
sobre la proclamación para la familia, y dijo la verdad, pero lo que más me
lleno de su discurso no fue lo que dijo sino lo que me hizo sentir al decirlo,
él fue una luz brillante, que ilumino nuestro sendero hacia la paz, Hablar es
un don que se nos dio para edificar a los hijos de Dios, pero Cristo no solo
hablo palabras sino que hizo obras maravillosas cuando conocemos la verdad
debemos ir y hacer, para que nuestros vestidos sean hallados sin mancha delante
de Dios. Hablamos en contra del orgullo y la soberbia, pero con nuestros hechos
lo dignificamos, y de esa forma perdemos luz.
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