miércoles, 21 de mayo de 2014

Reflexión



Por Melvin Lans










Tengo una teoría sobre las discusiones, y es que siempre las origina el orgullo, nunca provienen del bien, porque aunque tengas la razón llega el momento en que pierdes la verdad cuando defendiéndola te desconcentras, y ya no discutes por el bienestar de la justicia sino por tu orgullo herido, y entonces impones tu parecer y en ese instante dejas de representar la justicia, eres abandonado por el amor, y quizá pretendas que ganaste esa egocéntrica batalla publica, pero al volver a tu soledad que es tu interior, sabes que tu proyecto no prospera, ni tendrá recompensa, y en medio de la amargura de saberlo permaneces en silencio, y sonríes sin alma, guardas esa diplomática compostura, que engaña a los ojos físicos de tu club de admiradores efímeros, tan efímeros como tu paz, porque mantener tu posición se volvió más importante que tener la conciencia tranquila, a veces me pasa, y hasta que no reconozco frente a todos los que convencí de que mi error era un acierto, hasta que no les digo que estuve equivocado no me es restaurada la paz, hasta ese entonces mi crecimiento se detiene, por eso ves personas tristes y acostumbradas a su tristeza, convencidas de que no existe un estado más elevado, porque nunca fueron capaces de pedir disculpas y quedaron atrapados en el limbo de esa angustia que ya no parece angustia, porque esta revestida de cotidianidad, yo cometo errores y no perderé ni a mi familia ni a mis amigos por reconocerlo, lo que perderé al reconocerlo es vano, esta mañana me despertó ferozmente Nefi cuando me dijo: Tened presente que ser de ánimo carnal es muerte, y ser de ánimo espiritual es vida eterna. (2 Nefi 9: 39)

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