Las
tristezas más profundas del ser humano, son causadas por apegos a personas, a
situaciones, a honras pasajeras, y tememos al castigo, no por defraudar a Dios,
sino por lo que pensaran los personajes de nuestro entorno, los hombres lloran
amargamente por perder sus amores, ya sea que esos amores sean seres humanos o
posesiones temporales, y no es que yo diga que este mal amar, lo malo es que
abecés entregamos nuestro amor a batallas perdidas, y haciéndolo nos perdemos a
nosotros mismos, yo creo que las tristezas profundas, no son más que grandes
miedos, miedo a la soledad, miedo a perder lo que creemos que nos hace
especiales, por eso no quieres despertar cuando pierdes algo que crees que es
lo único que le da sentido a tu vida, pero el hombre no vale por lo que tiene,
el hombre vale por la quietud de su conciencia, por la paz de su alma, la
tristeza se pierde haciendo lo justo, se pierde alejándola de otros, a mí lo
que más me pone triste es cuando mis hechos buscan beneficiarme solo a mí, y
quitar el beneficio a quienes lo esperan a través de mí, porque es entonces
cuando pierdo mi paz, porque el espíritu se aleja por mi mala naturaleza, si
puedo hablar en el nombre de Dios entonces mis palabras y mis hechos deben
representar la intención de Dios, solo así podre recuperar la paz y disfrutar
de la alegría, si te has caído y no te puedes levantar quiero decirte que nada
está perdido, solo que estas usando tu fuerza la cual no es suficiente, usa la
fuerza de Dios que también es tuya, y levántate, hay intensas alegrías que
ahora no comprendes pero que vendrán, debe llegar el momento en que nuestro
apego más profundo sea Dios, entonces perderemos los miedos porque a Dios no lo
podemos perder y recuerda que su fruto es deseable para hacer a uno feliz.
De
lo más dulce, superior a todo cuanto yo había probado antes. Sí, y vi que su
fruto era blanco, y excedía a toda blancura que yo jamás hubiera visto. Y al comer de su fruto, mi alma se llenó de un
gozo inmenso; por lo que deseé que participara también de él mi familia, pues
sabía que su fruto era preferible a todos los demás. (1 Nefi 8: 10-12)
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